Anécdotas y protagonistas de la canchita salitrosa ubicada en uno de los barrios más populares de la ciudad, escenario de legendarias jornadas del fútbol.
En la manzana delimitada por las calles Ceferino Namuncurá, Alberti, Ingeniero Pagano y Juan José Paso se encuentra la plaza del barrio Del Trabajo. Otrora, allí estuvo la célebre canchita, escenario de legendarias jornadas del fútbol barrial de la ciudad.
De esa cantera surgieron valores que brillaron luego en el club Cipolletti: Ramón Retamal y Jorge Quiñones –integrantes de los planteles en los ’60 y ’70, los primeros Torneos Regionales–; José Parra y Evaristo Olmazábal. En la dura superficie dibujó también sus primeras gambetas el “Chala” Parra.
La mañana del 20 de septiembre del año 2001, en nombre del progreso, la motoniveladora de la municipalidad arrancó los arcos y abrió en el suelo salitroso surcos por doquier. La canchita, inmortalizada por el “Chivo” Sandoval en su famosa “Zamba para mi Barrio”, pasaba a ser un recuerdo.
A fines de los ’80 y comienzo de la década de los ’90, cuando ya los viejos torneos que duraban un domingo con rueda de ganadores y de perdedores comenzaban a languidecer, por iniciativa de Ramón Retamal, se armó en el barrio un campeonato de verdad.
Se hizo por puntos y la nueva modalidad fue favorablemente aceptada, ya que posibilitaba darle continuidad a la actividad con varios meses de duración. En el barrio se habían formado cuatro equipos, que generaron rápidamente una rivalidad local en procura de ver quien era el mejor. LOS VETERANOS DEL BARRIO DEL TRABAJO, con Retamal a la cabeza tenían los mejores jugadores y por lo general se quedaban siempre con el premio mayor.
Al arco estaba el “Papi” Mora. En el fondo, Ramón, el “Flaco” Quiñones, “Nica” López y el “Charo” Troncoso. El “Pato” Sandoval, el “Negro” González” y “Pinocho” Olmazábal conformaban la línea media, y arriba José el “Loro” Parra, El “Chango” Medrano y Jorgito Retamal. También jugaban el “Cholo” Lamas, “Cacho” Sáez, el “Peluda” González, el “Beto” Parada, Rogelio Guzmán, el “Mosa” Mora, entre tantos buenos valores de la época.
El “Flaco” Quiñones y Ramón Retamal se conocían de toda la vida. Además de jugar juntos en el albinegro, habían compartido muchísimas andanzas. Sin embargo, en la cancha, en todos los partidos invariablemente se puteaban de lo lindo como si fueran desconocidos. Distinto era el trato entre el “Nica” López y el “Chango”.Medrano El “Nica” es sobrino del “Chango”, y cuando el delantero se engolosinaba con la pelota y no la largaba, el “Nica” muy respetuoso le pedía: –¡Tóquela tío, tóquela por favor..!
El “Púa” Pichiñán era el técnico de LOS CERVECEROS, donde jugaban entre otros “Manzanita” y el “Chileno” Pichiñán, el “Tito” García, el hijo del “Mosa” Mora, el “Pelado” Leal, el “Pony” Sanhueza, Claudio Parra y el hijo de Modesto Santana. El equipo tenía su “sede” en la casa de Raúl Sotto. Sottito vivía sobre la Suipacha y el fondo de la casa daba a un baldío, que comunicaba directamente con la cancha, Allí “concentraban” los sábados a la noche comiendo livianito y tomando sólo agua mineral… Nunca se supo con certeza porque le pusieron Los Cerveceros al equipo…
Otro equipo del barrio fueron LAS MELLIZAS (camisetas amarillas con vivos azules), formado por la familia Loncomán, y el “Machi” con unos parientes futboleros armó LOS PRIMOS.
Por último, estaba JUVENTUD UNIDA, el equipo de los hermanos Sepúlveda (“Titi”, “Coteto” y “Nani”), que ocupaban el “búnker” justo frente a la cancha, en el domicilio de Ramón “Donato” Sepúlveda.
Otros participantes del campeonato: LA ACADEMIA, LOS CALAMARES, DEFENSORES DE PICHI NAHUEL (el equipo del querido “viejo” Carrillo), LA VALEY, MAC DONALD (el cuadro del aserradero del barrio Godoy), DEPORTIVO JUVENIL CONFLUENCIA (de Neuquén), LOS PUMAS y ALMAFUERTE.
Se jugaba una fecha por domingo y a su turno, cada equipo asumía la organización. El sábado a la tarde marcaba la cancha y al día siguiente, bien temprano, ponía las redes y además se encargaba de conseguir los árbitros.
En el terreno lindante al dispensario, donde hoy se levanta el Centro Comunitario, había un baldío y allí se construyeron unos baños, donde además los jugadores se cambiaban.
La propuesta futbolística tuvo gran convocatoria de aficionados que se daban cita para presenciar los partidos, disputados con mucho fervor y entusiasmo, aunque algunos vecinos no miraban con buenos ojos que la tranquilidad dominguera se viera alterada por el constante ir y venir de jugadores y público, mas el bullicio propio del partido.
Además, los días ventosos, la tierra de la canchita bombardeaba sin piedad las casas aledañas, lo que impulsó luego las quejas ante las autoridades de turno, en procura de darle al campo de juego otro destino, como finalmente ocurrió. Pero no fue la tierra ni los vecinos quejosos lo que le puso el punto final al campeonato. La creciente rivalidad entre los equipos del barrio, excedió los parámetros deportivos y aunque todos se conocían, se tensó demasiado la cuerda y un domingo se armó la “hecatombe”.
El tema era entre Los Veteranos y el equipo de “Los Cotetos” (Juventud Unida). Ese día, Los Veteranos perdieron un partido tremendo ante Los Pumas por 5 a 4 y como los ánimos no estaban para aguantar las pullas de la contra, “Cacho” Sáez encabezó la “protesta”, se exacerbo el encono y las diferencias se dirimieron al mejor estilo pugilístico. Fue una pena, pero pasa en las mejores familias.
Pasado el temblor, el campeonato se mudó a la cancha ubicada detrás del galpón de Porzio.
Lejos han quedado los días de centros, paredes y goles; alegrías y sinsabores. Los domingos son distintos, la pelota se ha pinchado y los bancos de madera y el césped sepultaron para siempre la canchita salitrosa, archivándola en el pasado.
¡Que lindo si resurgiera el potrero de purrete!, tirar caños y sombreros, ver de nuevo los torneos; batallas futboleras que se convirtieron en leyenda y le dieron al barrio Del Trabajo su sello característico.
¡Lástima que sólo es un sueño!, eso nunca volverá…
¡ASEGURALA, MOSA, ASEGURALA!
Ocurrió un domingo lejano que se perdió en el tiempo. Uno de los tantos torneos que hicieron historia. En el barrio jugaba un delantero picante, goleador. Horacio Mora, el “Mosa” para la muchachada, el hombre en cuestión. Un borbollón en el área contraria, rebotes y mas rebotes y entre una maraña de piernas, el “Mosa” la puntea apenas, pero lo suficiente para que la pelota supere la línea de sentencia. El goleador sale gritando, el árbitro señala la mitad de la cancha y los rivales agachan la cabeza resignados.
El único que no se convence es Ramón Retamal, que desde la última línea grita:
–¡Asegurála, Mosa, asegurála!
– Pero si fue gol, Ramón!, –contesta el delantero.
–¡No importa, –dice Ramón fastidiado– , asegurála igual…!
El “Mosa” hace rato que juega en el equipo de la nostalgia, pero la anécdota no ha perdido vigencia. Se ha contado una y mil veces; una y mil veces genera una estruendosa carcajada…